martes, 6 de diciembre de 2011

Por qué no hay que coger un tren borracha

La siguiente historia es una de esas historia que me deja en no muy buen lugar y además deja patente mi mala suerte característica. 

Todo comenzó hace muchos meses cuando me compré unos trenes Almería-Madrid y Madrid-Vigo para este puente. El primer tren salía a las siete de la mañana de la estación de Almería. Pues a vuestra buena amiga Wafwaf se le ocurre la maravillosa idea (aunque en ese momento me pareció maravillosa de verdad) de salir de marcha e ir de empalme a la estación. Claro, lo que yo no había previsto era en qué estado iba a llegar a la estación. 

La noche empezó de tapas, y continuó de cervezas. Y calimochos, y más cervezas, y más calimochos. ¿Qué cuanto bebí? Pues no lo sé, no lo sé. Así que cuando fueron las seis y media de la mañana, una Wafwaf muy borracha se dirigió a la estación donde la estaban esperando sus padres con las maletas. Con una peste a alcohol que ahuyentaba a cualquiera. Con mucho esfuerzo y vergüencita ajena de mis padres me subí al tren. Y ahora viene la mejorcito. 

(en un tren así di el espectáculo, imagen del google)

Nada más arrancar el tren, y mira que eso se mueve poco, mi estómago decidió que ya no quería tener el alcohol guardadito más tiempo, así que me levanté para ir al baño, pero claro, no llegué. Así que digamos que vomité en mitad del tren, sí, así soy yo. Como ya no podía hacer nada, regresé a mi sitio. Pero claro, había mucho alcohol dentro de mí todavía. Así que digamos que volví a vomitar. Y empezamos el drama. 

Llegó un revisor del tren, me dio una bolsa, continué potando, el hombre diciendo que me iba a echar del tren. Que lo paraba y me bajaba y se hacía falta llamaba a una ambulancia. ¿Ese hombre nunca ha visto a nadie borracho o qué? O eso, o de verdad yo daba mucha penita (que no lo descarto). Al final me dormí y cuando desperté fue un "¿pero donde estoy y por qué tengo la camiseta sucia de vomito?". Así que con toda mi vergüenza, me adecenté y me puse una sudadera para no dar mucho el canté, y pasé la hora que me quedaba de viaje recibiendo miradas asesinas de los demás pasajeros. Pero bueno, llegué a Chamartín al fin, y ya podía dejar ese tren y que nadie me mirase mal. 

Después de comer con dos amigos allí, me volví a subir a otro tren, esta vez destino a Vigo. Pues bien, pase un señor revisor y se para delante de mí. Y me dice:
-Vaya... ¿tú ibas en el tren de Almería no?
-Joderjoderjoderjoderjoderrrr.
-Sisí, vaya un viajecito largo, ¿EHHH??!
-MadremíaqueeselrevisorquecasimehechaJODERRRR. *Wafwaf sonríe en plan "ui si, que viaje tan largo*.

Como veis, de esta historia se saca una moraleja muy clara, no hay que ponerse como las mierdas y subirse a un tren, porque te ganas los odios de los pasajeros, los revisores te pueden echar, y encima, hueles a vómito y alcohol. 

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